Biofumigación de suelos con mostaza blanca (sinapis alba)

Son muchas las causas que pueden destruir el equilibrio ecológico de la capa fértil de nuestros cultivos. La repetición de cultivos, un plan erróneo de abonado o un tratamiento químico extremadamente agresivo puede alterar la composición de los microorganismos beneficiosos del suelo beneficiándose de ello otros patógenos que pueden hacer peligrar nuestras cosechas.

Los patógenos más comunes que amenazan las explotaciones agrícolas son los hongos de suelo (Verticillium, Rhizoctonia, Sclerotinia, Thielaviopsis, Phytium, Plasmoiphora, Pyrenochaeta, Macrophomina, etc) y los nematodos (Ditylenchus, Pratylenchus, Meloidogyne, Globodera, Tylenchulus, Macrophostonia,etc).

Las técnicas de desinfección tradicionales a base de fumigantes químicos (metam-sodio, bromuro de metilo, cloropicrina, Dazomet, etc) suponen un peligro para el personal que los manipula, necesitan de plazos de seguridad, crean problemas de resistencia y son extremadamente tóxicos. Al igual que el resto de materias activas utilizadas en el control fitosanitario de plagas, su uso está cada vez más restringido por ley. El bromuro de metilo además, será prohibido por su efecto destructor de la capa de ozono.

Modernamente se están utilizando otras técnicas más respetuosas con el medio ambiente como son la solarización mediante utilización de un film plástico y la desinfección con vapor de agua. El primer método ha tenido resultados contradictorios en el control de los nematodos fitoparásitos presentando cierta eficacia con los migratorios pero muy escasa con los formadores de nóduclos (Meloydogine) así como en los hongos que viven a cierta profundidad (Armillaria). La desinfección con vapor resulta algo costosa.

Ahora se incorpora una nueva técnica basada en el poder biocida de algunas plantas brasicáceas como la mostaza blanca, la mostaza parda, la mostaza de abisinia, el nabo o el rábano forrajero. La biofumigación es una técnica que permite utilizar la materia ogánica y los residuos agrícolas en el control de los patógenos vegetales de origen edáfico.

La técnica de uso de estas plantas consiste en realizar una siembra directa sobre el terreno y esperar, entre 40 y 90 días según la especie, hasta incorporar toda la biomasa generada como abono verde.

La mostaza blanca (Sinapis alba) se ha ensayado con éxito en invernaderos para el control de importantes patógenos como Pythium, verticillium, Fusarium y Phytophthora. También hay estudios realizados en el olivar donde se ha demostrado la capacidad supresiva de la mostaza blanca sobre la verticilosis (Verticillium dahliae), enfermedad fúngica considerada como la más grave que afecta a todo el sector olivarero  (ver estudio). Al parecer, las brasicáceas poseen unas sustancias químicas naturales azufradas denominadas glucosinolatos cuya degradación en el suelo produce unos compuestos que inhiben la germinación de las esporas del hongo y de las semillas de muchas malas hierbas.

En general pueden ser válidas otras muchas especies de crucíferas (familia brassicaceae) como las coles, el nabo, el rábano forragero o la colza. Entre todas ellas, la que mejor comportamiento tiene en campo es la mostaza blanca ya que tiene buena emergencia, excelente cobertura, mucha biomasa, buena adaptación a la siega mecánica debido a su escasa capacidad de rebrote y larga persistencia en suelo de los restos vegetales que controlan muy eficazmente el nacimiento de malas hierbas.

Los efectos de la biofumigación han sido confirmados en cultivos de platanera y tomates en el Sur de Tenerife, los cultivos de melón en Castilla la Mancha y en explotaciones invernadas de Almería.